Amén
Manejaba por la calle 5 de Mayo en el centro de Monterrey, el tráfico era lento, estaba a unas cuadras del templo a San Judas Tadeo y eran fechas de celebración. Resignado ante la lentitud de los vehículos me concentre en la música de Pink Floyd en mi reproductor.
De una camioneta la vi bajarse acompañada de su madre. Veintitrés años habían pasado y el tiempo le había favorecido. Devota empedernida, la vi entrar al templo del brazo de la anciana con un porte imponente como siempre.
La conocí cuando me hablaron de un despacho de abogados después de un sinfín de solicitudes en agencias de empleo. Llegué a la entrevista y me atendió ella, secretaria de la directora del negocio.
En ese entonces era bastante inexperto y poco interesado en quedar bien con la gente, aún y cuando ésta fuera una mujer con un hermoso escote y crucifijo en entre las tetas, por eso cuando sentí la entrevista que rayaba demasiado en lo personal me resulto imposible disimular mi molestia. Se percató de ésto y dio por terminada la entrevista.
-¿Te gustaría quedarte con el empleo?-
Me tomó de sorpresa
-¿Depende de ti que me quede con el empleo?-
Esto según yo para aterrizarla y recordarle que ella era solo la secretaria, no la responsable del despacho. Pero esto no la incomodo en lo mas mínimo, se encamino a un privado que estaba a unos metros de nosotros, entro y salió, se paro en la puerta de éste y me hizo una seña para que me acercara. El resto del personal volteo a verme cuando entre a la oficina principal.
Me recibió una señora, abogada de mirada dura, tenía mis datos en su mano y haciendo como que les daba una leída volvió la mirada hacia la chica que estaba parada en la puerta detrás mío. Luego me vio de nuevo.
-Selene dice que eres la persona ideal para este puesto, si quieres quedarte, aquí se usa corbata, no importa que traigas saco o no, pero corbata siempre. Tenemos un prestigio y una imagen que cuidar ¿Me entiendes? No tatuajes, no aretes, no jeans. Si te interesa, Selene te hará el contrato y explicara tus funciones-
De momento solo asentí, me quede en la pendeja, ni chance me dieron de preguntar sueldos, horarios, etc. La pinche Selene me había dado una cachetada con guante blanco. Era la secretaria, pero tenía voz y voto y con el tiempo me daría cuenta que era querida y muy respetada entre el personal que ahí laboraba. Tenía una relación bastante parca con ellos, pero respetuosa, era el enlace entre la abogada dueña del despacho y el personal. Yo, poco sociable en esa época con gente que no estuviera en mi frecuencia, comía solo y mi relación con los demás se limitaba a las horas de trabajo y nada más.
En un principio me incomodaba que tratara de hacerme conversación. Poco a poco se ganó mi confianza. Me regalaba dulces, me guardaba algún sándwich a la hora de la comida, ó me llevaba un toper con algún platillo elaborado por ella para que lo probara, desafortunadamente su interés por las cosas que pasaban en el barrio donde yo vivía terminaban molestándome, en alguna ocasión le dejé la nota roja en su escritorio, me exasperaba no sacarla de sus casillas, doblo el periódico y lo guardo en su cajón. Sonreía como si fuera un chiste mío. A las compañeras de trabajo estas situaciones no les pasaban desapercibidas.
Un día estaba por degustar una deliciosa comida de cuaresma que me había llevado Selene, cuando entro una compañera y sin pedir permiso se sentó en la misma mesa.
-No vayas a hacerle daño-
Me soltó de sopetón que se me atragantó el taco y la mire con cara de comochingadosteatrevesadirigirmelapalbaraperracabezahueca.
-Ash apoco no te has dado cuenta? Ella se desvive contigo, eres el único con el que platica, con nadie más convive igual que tú, son el uno para el otro-
Seguí comiendo en silencio solo echándole miradas de yacallateelpinchehocico, pero seguía hablando, y así fue como me entere. La había dejado su novio poco antes de la boda, ya con invitaciones entregadas. Desde entonces se volvió mas introvertida, mas religiosa. Pero era tan fuerte que ni eso la sacó de sus casillas, siguió yendo a trabajar, como si nada hubiera pasado. La tarabilla que me platicaba esto era vecina de ella en la colonia Las Puentes. Remató diciéndome.
-Cuídala es una buena chava, seria, católica, nada reventada, y muy trabajadora, de esas ya no encuentras, y además cocina, ¿Que mas quieres?
Me dejó con una sensación culera en el estomago, ¿Apoco a esa vieja de verdad le interesaba yo? A partir de ese día la vi diferente, con admiración y trate de no ser tan ojete cuando me preguntaba de peleas, muertos, pandillas, etc, etc. Esta admiración se vino abajo un día, que yacíamos tirados en su recamara.
Tenía días que me decía quería pedirme algo, pero que le daba pena. En fin, no se atrevía a decírme y yo no le insistía pensando que quería hablar de boda o formalismos a los cuales yo no estaba dispuesto a ceder.
Ese día recostados en su cama, por primera vez, de su propia voz pude escuchar la versión de la amarga experiencia con su novio. No supe que decir, solo acaricie su cabello y ella en ningún momento derramo lágrima alguna. Vaya huevos de vieja pensé. Después de un silencio largo, viendo al techo me soltó algo que aún hoy me saca de onda cuando lo recuerdo.
-¿Hasta donde me quieres?-
-¡Mas allá del cielo mi amor!-
Que pendejo, que puñetas, que imbécil. Escribo esto y me sonrojo.
Siguió mirando al techo y como si no hubiese escuchado mi respuesta, me dijo.
-Quiero darle un escarmiento-
-¿Quieres que le pongan una caliente?-
- No, lo que quiero es que se muera. Que su familia sufra. Que su madre le llore toda la vida, así como mi madre llora a solas cuando reza y cree que no la escucho-
Me quedé helado. Me paré y mientras me vestía le dije que no, que se había equivocado. Ahí si la vi llorar.
-Por favor ayúdame si no quieres hacerlo tu, dile a algún amigo tuyo, a tus vecinos a alguien, si hay problemas lo resolvemos con la gente del despacho. Tengo dinero guardado. ¡Por favor ayudame!-
Solo negué con la cabeza. Me puse la ropa y antes de salirme volvió a ser la inmutable de siempre.
-Espero esto que te conté quede entre nosotros, si te lo confíe es por que creo no eres cualquier persona para mi. ¿Me entiendes?-
Asentí y salí de ahí. Me creía muy chingón, el que controlaba todo y la verdad solo era un pendejo inocente.
Estaba acostumbrado a los chingazos directos, de frente, no sabía de planes perversos. No cabía duda, me faltaba mucho por aprender de las personas. Al despacho no volví. Veintitrés años después, afuera de la Iglesia de San Judas Tadeo la vuelvo a ver con su crucifijo de oro colgando entre su escote, con una veladora en la mano y su madre al brazo.