Mañana fría y lluviosa en Monterrey.
Afotunadamente había alcanzado lugar en el destartalado rutero que a esa hora se llenaba de gente apresurada por no llegar tarde al trabajo.
Estaba sentado tratando de distraerme con las noticas del día en mi movil. El día apenas iniciaba y ya estaba preocupandome de lo pendientes que tenía para en mi jornada laboral.
Las gotas de lluvia en la ventana, el olor de la ropa mojada, el hipnotizante aroma de los tacos del lunch de la gente trabajadora, hacía que mis tripas reclamaran el porqué yo solo les había dado una taza de café rápido antes de salir de casa.
Repentinamente el bloque de gente en el pasillo empezo a moverse como si algo tratara de romper esa masa infranqueable. Así como el mar se abrio ante Abraham, de la misma manera, vi como iba emergiendo primero un bastón de madera, para luego dar lugar a un menudo cuerpo encorbado, con moviemientos lentos pero seguro en su andar.
Me imagine un armadillo humano, pero este pensamiento traté de quitarlo de inmediato al ver que era una anciana con un bastón caminando frente a mí, buscando la puerta de salida que se encontraba al fondo.
Tenía la cabeza gacha, pero cuando pasó junto a mí levantó la vista por un segundo y nuestros ojos se encontraron. Una pequeña sonrisa apareció en su rostro, antes de apartar la mirada de nuevo.
Lo que siguió a continuación fue algo que me impactó. La anciana comenzó a cantar suavemente para sí misma mientras se alejaba de mí.
No pude distinguir la canción, tal vez porque era una canción desconocida jamas escuchada por mi ó simplemente por el ronroneo del motor viejo del camión y el sonido de las gotas de lluvia golpeando la ventana lo ahogaba.
Pero esas notas, esa sonrisa tan llena de un no sé qué, me decían que esta mujer debía haber estado cantando sobre algo muy querido en su corazón.